jueves, 8 de octubre de 2009

RECUERDOS

...de Mario Madrid

Cuenta mi mamá, Lilian, que llegó a Blaquier el 17 de abril de 1948 era una jóven maestra, con una valija cargada de ilusiones y el llamado de la vocación a ejercer tan noble oficio, en una pequeña localidad que nunca había conocido. Su instinto le señalaba que no se había equivocado al pedir el traslado a Blaquier. Piensa en ese día, había un cierto apuro por terminar ese polvoriento camino que la traía desde General Pinto. La primera curva, antes de cruzar el paso a nivel, al pasar por lo de "Mendoza", la hacen reaccionar. El final del camino indicaba el comienzo de una nueva vida. Ya en la Escuela la esperaba otra maestra, la única en aquel entonces, Coca Roatta, con la cual trabajarían juntas muchos años más.
Buscó una casa, una pensión para vivir, le recomendaron "lo de Gaitán". Por unos días, aunque luego fue por más tiempo, el alojamiento fue en "lo de Picatti". Los primeros cinco años ya definitivamente en Blaquier y a cargo de la dirección de la Escuela, fueron de mucha labor. El pueblo crecía. Más hogares para ir a visitar y convencerlos de la necesidad de reibir educación escolar. No sólo en la parte urbana el campo tenía muchas familias con niños que no llegaban a la Escuela.
Luego, ya en 1953, el matrimonio con Eloy "Tito" Madrid y la familia instalada en la vivienda de la propia Escuela. Llegarían los chicos, todos varones: Raúl, Mario y Marcelo. Junto con ellos, la alegría del hogar.
Aunque la puerta de la dirección quedara a pocos metros de la entrada a la casa, había que marcar bien la diferencia.
De manera que cuando a uno de los res chicos, la maestra del grado lo llevaba a la dirección, por mal comportamiento, el rigor de la sanción se sentía con más fuerza. Luego, al tocar la campana de las 5 de la tarde, se notaba que algo en el aire cambiaba. El bullicio, las cientos de voces que se habían escuchado durante el día, daban paso al silencio de la galería. Ahí llegaba el momento de aprovechar nosotros el patio grande. Sacar las bicicletas, subir al ombú y cruzar hasta "la cancha del Club San Martín" para ir a jugar.
A mi me gustaba andar a caballo. Lo esperaba a Pepe Arizabalo en la esquina y me iba con él, para no volver hasta anochecer.
Veo la foto de primer grado, año 1962, yo tomando el cartel por "ser el hijo de la Escuela", como me dijo un día un compañero.
Muchos de los que estamos en esa foto nos vemos seguido por acá, y han pasado más de 35 años.
Los recuerdos van y vienen como si pasaran las imágenes de una película. Los tiempos cambian, la memoria persiste.
Hoy la Escuela está muy linda. Hermosos colores, nuevos salones, más servicios. Y chicos, muchos chicos, que alguno quizás pueda leer esta carta de recuerdos y pensar que él, luego de muchos años, vendrá también a verla como yo y las imágenes de recuerdoss que la vida nos dá vuelven a pasar como la película.
Aunque de verdad.









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